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Escenario Monasterio de San Jerónimo

Un retablo único a cuyos pies se ofrece un latido de ayer con el corazón de hoy.   Si este Monasterio e Iglesia se levantaron a instancias de una conjunción señera de arte y poder que vivió Granada en los siglos XVI y XVII y en ese periplo que va del universo renacentista al barroco, fue en las primeras décadas del siglo XIX cuando la destrucción y el abandono que provocaron primero la invasión francesa y luego la Orden de Exclaustración de 1835 dejaron el conjunto en la ruina y ante la posibilidad de su mismo derribo. Afortunadas intervenciones posteriores, tanto del Estado como de la Universidad de Granada y de la Orden Jerónima, recuperaron el Monasterio e Iglesia, incluso para la música.   No es un hecho menor, vistos los avatares del Monasterio, que el Festival de Granada decidiera en 1962 traer a este espacio la obra más ambiciosa y compleja –quizá por ello mismo inconclusa– que Manuel de Falla trabajó los últimos veinte años de su vida: Atlántida, sumergida, soñada por la reina Isabel en la Alhambra, en la cartera de Falla desde Granada a la Argentina, diluida casi en «fervoroso deliquio» y en noche suprema, todo ante el grandioso retablo que se eleva sobre el altar de la Iglesia de San Jerónimo. Perennidad y caducidad, devenir una cosa en otra: una piedra en templo, una idea en anhelo sin final.

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